CAPÍTULO CATORCE -Hola, Salomón -saludó Sara en un tono inexpresivo, colgando su cartera del poste de la cerca junto al búho. Buenos días, Sara, Hace un día espléndido, ¿no crees? -Supongo que sí - respondió Sara distraídamente, sin percatarse, pues le tenía sin cuidado, de que el sol lucía de nuevo. Después de aflojarse el nudo de la bufanda, se la quitó y la guardó en el bolsillo. Salomón aguardó en silencio a que Sara pusiera en orden sus ideas y le lanzara su acostumbrada andanada de preguntas, pero ese día la niña se mostraba extrañamente taciturna. -No lo entiendo, Salomón --dijo por fin Sara. ¿Qué es lo que no entiendes? -No entiendo de qué sirve que yo aprecie las cosas. No veo que me haga ningún bien ni a mí ni a nadie. ¿A qué te refieres? -Había empezado a pillar la onda. Llevo toda la semana practicando. Al principio me costó bastante, pero luego me resultó más fácil. Hoy, lo apreciaba todo hasta que llegué a la escuela y vi a Lynn y a Tommy metiéndose otra vez co