El libro de Sara Primera Parte Sara y la amistad eterna entre aves del mismo plumaje CAPÍTULO QUINCE Esther y Jerry Hicks
CAPÍTULO QUINCE
Salomón estaba en lo cierto. Las cosas empezaron a mejorar. De hecho, las semanas siguientes fueron las mejores que recordaba Sara.
Todo iba como la seda. Las jornadas escolares se le hacían cada vez más cortas y Sara comprobó asombrada que empezaba a sentirse a gusto en la escuela. Pero Salomón seguía siendo la mejor parte de la jornada de Sara.
-Me alegro de haberte encontrado en este bosquecillo, Salomón - dijo Sara-. Eres mi mejor amigo.
Yo también me alegro, Sara. Somos aves del mismo plumaje.
-Tienes razón a medias -contestó Sara echándose a reír. Al contemplar el maravilloso plumaje de Salomón sintió un tierno aprecio hacia él.
-¿Pero qué significa esa expresión, Salomón?
La gente utiliza esa expresión para indicar que las cosas que se asemejan se juntan. Las cosas y seres que se asemejan se atraen mutuamente.
-¿Como se juntan los petirrojos, los cuervos o las ardillas?
Más o menos. Todas las cosas que se asemejan lo hacen, Sara. Pero la semejanza no siempre radica en lo que tú crees. Por lo general no es tan evidente que pueda distinguirse a simple vista.
-No lo entiendo, Salomón. Si no puede verse, ¿cómo sabemos si unas cosas se asemejan o son distintas?
Lo presientes, Sara. Pero requiere práctica, y antes de practicarlo debes saber lo que buscas, y como la mayoría de las personas no conocen las reglas más elementales, no saben lo que deben buscar.
-¿Como las reglas de un juego, Salomón?
Más o menos. En realidad, sería más preciso llamarlo «la ley de la atracción universal», según la cual todos los cuerpos semejantes se atraen mutuamente.
-« ¡Dios los cría y ellos se juntan!» -exclamó Sara alegremente. Había oído a su madre decirlo a veces, pero no se había parado a pensar en lo que significaba y jamás se le habría ocurrido que pudiera aplicarse a su amistad con un búho.
Eso es, Sara. La ley de la atracción universal afecta a todas las personas y todos los objetos en el Universo.
-Pero no acabo de entenderlo, Salomón. Explícamelo, por favor.
Mañana, a medida que transcurra el día, observa las pruebas de esta ley. Mantén los ojos y los oídos bien abiertos, y, sobre todo, presta atención a cómo te sientes mientras observas los objetos, las personas, los animales y las situaciones que te rodean.
Diviértete con esto, Sara. Mañana seguiremos hablando del tema.
Hummm, Aves del mismo plumaje, Dios los cría y ellos se juntan..., pensó Sara.
Mientras no cesaba de dar vueltas en su cabeza a esas palabras, una numerosa bandada de gansos que se hallaban en el prado alzaron el vuelo y pasaron sobre ella. A Sara le encantaba observar a esos gansos de invierno, los cuales al volar trazaban unos dibujos asombrosos en el cielo. No dejaba de ser una casualidad, pensó sonriendo, que Salomón
y ella hubieran hablado hacía poco sobre aves del mismo plumaje y de improvisto apareciera esa inmensa bandada de aves surcando el cielo. ¡Hummm, la ley de la atracción universal!
Salomón estaba en lo cierto. Las cosas empezaron a mejorar. De hecho, las semanas siguientes fueron las mejores que recordaba Sara.
Todo iba como la seda. Las jornadas escolares se le hacían cada vez más cortas y Sara comprobó asombrada que empezaba a sentirse a gusto en la escuela. Pero Salomón seguía siendo la mejor parte de la jornada de Sara.
-Me alegro de haberte encontrado en este bosquecillo, Salomón - dijo Sara-. Eres mi mejor amigo.
Yo también me alegro, Sara. Somos aves del mismo plumaje.
-Tienes razón a medias -contestó Sara echándose a reír. Al contemplar el maravilloso plumaje de Salomón sintió un tierno aprecio hacia él.
-¿Pero qué significa esa expresión, Salomón?
La gente utiliza esa expresión para indicar que las cosas que se asemejan se juntan. Las cosas y seres que se asemejan se atraen mutuamente.
-¿Como se juntan los petirrojos, los cuervos o las ardillas?
Más o menos. Todas las cosas que se asemejan lo hacen, Sara. Pero la semejanza no siempre radica en lo que tú crees. Por lo general no es tan evidente que pueda distinguirse a simple vista.
-No lo entiendo, Salomón. Si no puede verse, ¿cómo sabemos si unas cosas se asemejan o son distintas?
Lo presientes, Sara. Pero requiere práctica, y antes de practicarlo debes saber lo que buscas, y como la mayoría de las personas no conocen las reglas más elementales, no saben lo que deben buscar.
-¿Como las reglas de un juego, Salomón?
Más o menos. En realidad, sería más preciso llamarlo «la ley de la atracción universal», según la cual todos los cuerpos semejantes se atraen mutuamente.
-« ¡Dios los cría y ellos se juntan!» -exclamó Sara alegremente. Había oído a su madre decirlo a veces, pero no se había parado a pensar en lo que significaba y jamás se le habría ocurrido que pudiera aplicarse a su amistad con un búho.
Eso es, Sara. La ley de la atracción universal afecta a todas las personas y todos los objetos en el Universo.
-Pero no acabo de entenderlo, Salomón. Explícamelo, por favor.
Mañana, a medida que transcurra el día, observa las pruebas de esta ley. Mantén los ojos y los oídos bien abiertos, y, sobre todo, presta atención a cómo te sientes mientras observas los objetos, las personas, los animales y las situaciones que te rodean.
Diviértete con esto, Sara. Mañana seguiremos hablando del tema.
Hummm, Aves del mismo plumaje, Dios los cría y ellos se juntan..., pensó Sara.
Mientras no cesaba de dar vueltas en su cabeza a esas palabras, una numerosa bandada de gansos que se hallaban en el prado alzaron el vuelo y pasaron sobre ella. A Sara le encantaba observar a esos gansos de invierno, los cuales al volar trazaban unos dibujos asombrosos en el cielo. No dejaba de ser una casualidad, pensó sonriendo, que Salomón
y ella hubieran hablado hacía poco sobre aves del mismo plumaje y de improvisto apareciera esa inmensa bandada de aves surcando el cielo. ¡Hummm, la ley de la atracción universal!
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