El libro de Sara Primera Parte Sara y la amistad eterna entre aves del mismo plumaje CAPÍTULO DIECISIETE Esther y Jerry Hicks

CAPÍTULO DIECISIETE




El coche de la madre de Sara estaba aparcado a la entrada. Qué raro, pensó Sara.

Mi madre no suele llegar a casa tan temprano.


-Hola, ya estoy aquí -dijo Sara al abrir la puerta de entrada, sorprendida por este insólito anuncio de su llegada. Pero no obtuvo respuesta. Dejó sus libros sobre la mesa del comedor y después de atravesar la cocina y salir al pasillo que conducía a los dormitorios preguntó-: ¿Hay alguien en casa?

-Estoy aquí, cariño -contestó la madre de Sara con su apacible voz. Las cortinas del dormitorio estaban corridas y su madre yacía en la cama con una toalla sobre los ojos y la frente.

-¿Qué te pasa, mamá? -preguntó Sara.


-No es más que un dolor de cabeza, tesoro. Me ha dolido todo el día y al final decidí que no podía quedarme otro minuto más en el trabajo, de modo que regresé a casa. -¿Te sientes mejor?

-La cabeza me duele menos cuando cierro los ojos.

Me quedaré acostada un ratito. No tardaré en salir. Cierra la puerta de la habitación y cuando llegue tu hermano, dile que saldré dentro de un rato. Si duermo unos minutos me sentiré mejor.

Sara salió de la habitación de su madre de puntillas y cerró la puerta con suavidad. Se quedó unos momentos en el pasillo, sin saber qué hacer. Sabía que tenía que hacer las faenas de la casa que hacía cada día de su vida, pero hoy todo parecía distinto.

Sara no recordaba la última vez que su madre no hubiera acudido al trabajo por sentirse indispuesta, y le preocupaba que hubiera llegado tan temprano a casa. Notaba un nudo en el estómago y se sentía desorientada. No se había percatado de hasta qué punto el carácter estable y alegre de su madre tenían un efecto tranquilizador sobre ella.

-Esto no me gusta -dijo Sara en voz alta-o Esperó que el dolor de cabeza de mamá desaparezca enseguida.

Sara. Sara oyó la voz de Salomón. ¿Tu felicidad BAnico baño de la casa. Vació los cubos de basura en la cocina y la papelera del baño. Ordenó los papeles que tenía su padre diseminados sobre el amplio escritorio de roble, tan enorme que apenas cabía en el rincón de la sala de estar, procurando no dejar nada muy lejos del lugar donde lo había dejado su padre. No estaba segura de si existía cierto orden en el desorden de su padre, pero en todo caso no quería causar problemas. Su padre pasaba muy poco tiempo sentado ante su escritorio, y Sara se preguntaba a menudo por qué había dedicado un espacio tan grande de la sala de estar a aquel trasto. Pero procuraba a su padre un lugar donde reflexionar y, lo que era más importante, un lugar donde dejar los papeles sobre los que no quería seguir pensando en aquellos momentos.

Sara se movió con rapidez, decidida a terminar cuanto antes, y cuando tomó la decisión de no pasar el aspirador sobre la alfombra de la sala de estar, para no molestar a su madre, se percató de lo bien que se sentía después del breve rato que había dedicado a limpiar y recoger la casa. Pero alnados por el suelo de la sala de estar y los colocó en una pila ordenada, tras lo cual quitó el polvo de las superficies de las mesas en la sala de estar. Luego limpió el lavabo y la bañera del único baño de la casa. Vació los cubos de basura en la cocina y la papelera del baño. Ordenó los papeles que tenía su padre diseminados sobre el amplio escritorio de roble, tan enorme que apenas cabía en el rincón de la sala de estar, procurando no dejar nada muy lejos del lugar donde lo había dejado su padre. No estaba segura de si existía cierto orden en el desorden de su padre, pero en todo caso no quería causar problemas. Su padre pasaba muy poco tiempo sentado ante su escritorio, y Sara se preguntaba a menudo por qué había dedicado un espacio tan grande de la sala de estar a aquel trasto. Pero procuraba a su padre un lugar donde reflexionar y, lo que era más importante, un lugar donde dejar los papeles sobre los que no quería seguir pensando en aquellos momentos.

Sara se movió con rapidez, decidida a terminar cuanto antes, y cuando tomó la decisión de no pasar el aspirador sobre la alfombra de la sala de estar, para no molestar a su madre, se percató de lo bien que se sentía después del breve rato que había dedicado a limpiar y recoger la casa. Pero al decidir no pasar el aspirador, para no importunar a su madre que estaba descansando, volvió a concentrarse en la circunstancia negativa, lo cual le hizo sentir de nuevo aquella incómoda sensación en la boca del estómago.



¡Es asombroso!, pensó Sara. Ahora me doy cuenta de que la forma en que me siento depende sólo de las cosas a las que presto atención. Las circunstancias no han cambiado, pero mi atención sí.

Sara se sintió entusiasmada. Había descubierto algo muy importante. Había descubierto que su alegría no dependía de ninguna otra persona ni objeto.

De pronto oyó que se abría la puerta de la habitación de su madre y ésta salió al pasillo y entró en la cocina. -¡Qué limpio y ordenado está todo, Sara! -exclamó su madre, que parecía sentirse más aliviada.

-¿Ya no te duele la cabeza, mamá? -preguntó Sara con ternura.

-Me siento mucho mejor, Sara. He podido descansar un rato porque sabía que tú te ocuparías de todo. Gracias, cariño.

Sara se sentía divinamente. Sabía que en realidad no había hecho mucho más de lo que hacía todos los días al llegar de la escuela.



Su madre no la apreciaba por lo que había hecho. Lo que su madre apreciaba era que Sara tuviera su válvula abierta. Lo conseguiré, pensó Sara. Puedo mantener mi válvula abierta sean cuales sean las circunstancias.

Sara recordó la afirmación de Salomón: «Mantendré mi válvula abierta pase lo que pase».

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